La artista neomexicana Anita Rodríguez escribió el peculiar libro de memorias Coyota in the Kitchen (Coyota en la cocina), donde el pasado cobra vida con la hábil incorporación de los sentidos. Publicada por la editorial de la Universidad de Nuevo México en la serie Querencias, la obra combina historias y recuerdos de infancia con recetas y estampas pictóricas y meditaciones sobre identidad.
De padre neomexicano y madre texana, Anita transforma en
este libro el término de coyota o mestiza en un atributo de orgullo para
quienes gozan de dos ricas herencias culturales.
En la introducción del libro explica que tuvo una buena
excusa para fundir cocina, historias y pintura en un mismo libro.
Según la autora, la fuerte tradición oral familiar la hizo
comenzar a almacenar historias desde niña y el ser artista la animó a
recolectar imágenes. “Terminé por pintar historias y escribir imágenes en la
forma de un libro de cocina”.
Comenzó pintando escenas en torno a la mesa, como la
preparación de tamales y otros platillos tradicionales, con la idea de algún
día escribir un libro de cocina. Pero al revisar las recetas de familia, se dio
cuenta de que representaban la mezcla de tres culturas, dos países y clases
sociales sumamente diferentes. Fue así que decidió incluir historias y paisajes que
funcionan como “ventanitas al pasado de esta tierra indígena que se convirtió
en la Nueva España, en México, y después parte de los Estados Unidos”.
“La
parte más remota y más pobre” de cada uno, añade la autora.
La comida es el hilo que une a estos mundos tan diversos a
través del tiempo y la distancia; por ello las historias que relata vienen con
recetas intercaladas. Se trata de recetas caseras, de preparación sencilla, muchas
de ellas tradicionales como frijoles con chile colorado, enchiladas y panocha. Otras son producto de accidentes o coincidencias, como la
receta de camote al café que resultó de cuando su madre, tras unas copas de
más, derramó una taza de café sobre el camote hervido.
“Desde entonces, el camote que preparo tiene un sabor
exótico, difícil de identificar”, escribe.
De su abuela materna, la Nana, incluye recetas tradicionales
del sur de Estados Unidos donde creció, como el julepe de menta y la salsa de
espinacas. Pero de su abuela paterna, sin embargo, prefirió incluir
cuentos y no recetas, ya que doña Hipólita era “una terrible cocinera”.
De tradiciones y clases diferentes, las abuelas coincidieron
en Taos tras el matrimonio de sus hijos, pues de otro modo, insiste la autora,
nunca se hubiesen cruzado dos seres más diferentes.
“Hipólita tenía el mal de ojo y Nana era pedante y una
hipocondriaca histriónica”, escribe.
La autora no permite que el tiempo tiña de nostalgia sus
recuerdos. Muchos de ellos son agridulces, como el alcoholismo de su madre y la
xenofobia en el pueblo de Taos donde se crió. Opina que la comida revela los sentimientos de las personas,
pero más en la rabia y amargura que en lo romántico. Lo que sí se evidencia en
las recetas es la diferencia de clases. Las recetas de la abuela sureña, por
ejemplo, son de bebidas y entremeses, ya que se había criado entre sirvientes
que se encargaban de la cocina diaria.
Por otra parte, los pocos recuerdos culinarios relacionados
a su abuela Hipólita son de elaboración e ingredientes sencillos, como la
gelatina verde con malvaviscos, plato del cual estaba muy orgullosa ya que
“mostraba que tenía un refrigerador”.
También de su arte, primero como enjarradora y después como
pintora. Cuenta que comenzó a pintar a los 47 años, tras la partida de su hija
para California, y su nueva profesión le ofreció la flexibilidad de viajar para
conocer más a fondo sus raíces.
Además de cuentos, leyendas y recuerdos, Anita comparte
relatos de viaje y meditaciones sobre la identidad, al igual que fotografías de
su arte, un glosario y 44 recetas tradicionales en este delicioso álbum familiar.
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