Entrevista a
Silvia Goldman por Xánath Caraza
Silvia Goldman |
Silvia Goldman es
uruguaya y radica en Estados Unidos desde hace quince años. Poemas y artículos
académicos suyos han sido publicados en revistas literarias de Latinoamérica,
Estados Unidos y Europa. En el 2008 publicó su primer libro de poemas titulado Cinco
movimientos del llanto (Ediciones de Hermes Criollo, Montevideo). En el
2016, la editorial Cardboardhouse Press publicó No-one Rises Indifferent to
Sorrow, una selección de los poemas contenidos en la primera sección de
dicho libro y traducidos al inglés por Charlotte Whittle. Actualmente prepara
dos poemarios: Quijotescamente hablando y
Cuando la voz se va hunting. Es
doctora en Estudios hispánicos por la Universidad de Brown y se desempeña como docente
en la universidad de DePaul en Chicago.
¿Quién es Silvia Goldman?
Silvia es alguien que escribe para encontrarse afectiva
e intelectualmente, alguien que desea socavar las pérdidas de la infancia en la
escritura, sobre todo la de la madre. Es una hija que interroga su pasado, una
madre que intenta transmitirle a sus hijos el amor por las palabras, una
docente como lo fueron su hermano, su madre y su tía abuela. Es uruguaya,
judía, agnóstica y vive en Estados Unidos. Escribe para arraigarse y para
encontrar su voz. Ha logrado, en los últimos años, asumir más distancia y
lograr más ironía en sus textos. Esto la tranquiliza porque en este momento
busca más bocanadas de aire.
¿Quiénes te acercan a la lectura?
Mis primeras lecturas las guían la añoranza y
necesidad de recuperar mi linaje, de insertarme en esa línea de mujeres
lectoras que me precedieron pero cuyos recuerdos se debilitan con el paso del
tiempo. Leo, desde pequeña, para entender quién soy, de dónde vengo, a quién me
parezco. Hoy entiendo que en los libros aprendí a sentirlas vivas y a
comunicarme, de alguna manera, con ellas. Y es que los libros nos enseñan
lenguajes secretos, modalidades afectivas, formas de habitar el mundo. Hay toda
una línea de mujeres perdidas que se acercan a mí cuando sostengo un libro. El Chico Carlo de Juana de Ibarborou, por
ejemplo, regalo de mi abuela a los 7 u 8 años.
Mi padre también está allí entre los primeros libros;
no recuerdo tanto cuáles fueron los primeros que puso en mis manos, pero sí el
más significativo: el libro de Poesía
completa de Idea Vilariño. Recuerdo, también, no tanto libros sino las idas
a la biblioteca pública del barrio, “El castillito” (qué nombre más oportuno para
quien descubre la lectura), el recorrer los pasillos, el olor a tiempo y a pan
que yo le sentía a las páginas de los libros, la sensación de llevarme a casa
algo preciado que me era prestado a término y depositando en mí una confianza inversamente
proporcional a mi capacidad de protegerlos. Recuerdo la ansiedad de empezar, la
angustia de terminarlos, la acción devoradora entre medio. Creo, pensándolo hoy
día, que lo que me gustaba también era una sensación de poder estar en control.
Yo daba vuelta las páginas, yo decidía si seguir o no, si salir del libro o
entrar en su mundo. A veces me la pasaba el día entero leyendo a Enyd Blyton o
a Laura Lee Hope en versiones traducidas donde “palomitas de maíz”, “cáspitas y
centellas”, “embarcadero” pasaban a ser el dulce de leche de mi vida cotidiana.
Esa sensación de soberanía en la lectura, creo, me hizo sentir, frente a todos
los sentimientos de vulnerabilidad de la infancia, libre, fuerte y, sobre todo,
acompañada.
¿Cómo comienza el quehacer literario para ti?
Hubo algo que
descubrí en la poesía cuando tenía 12 ó 13 años que no había sentido con la
prosa. La prosa me daba mundos para habitar pero la poesía, me parecía, me daba
la voz para construir mundos. Eso fue lo que me pasó cuando la profesora de
idioma español de primer año de liceo nos hizo leer el poema “Canción de
jinete” de Lorca. Quedaba en mí una resonancia, una música que hacía un tajo en
la palabra y al mismo tiempo le lamía la herida. Sentí la poesía antes que
nada. Y me llegó, claramente, por el oído. También, me pareció, la poesía tenía
una forma distinta de hablar o de calar en el dolor ajeno. Tal vez fue el
lirismo de esos primeros poemas (Darío, Lorca, Agustini), esas voces que de pronto
le hablaban directamente a mi dolor y le decían que estaba bien cantarle a la
madre ausente, sentir tristeza, que el sufrimiento no debía ser siempre tabú.
Ese año, y a raíz de las lecturas en ese curso, fascinada con la poesía, hice
mi primera tesis sobre ella: la poesía era el arte de combinar palabras
difíciles. Me compré entonces un cuaderno a doble espacio para poner allí todas
las palabras “difíciles” con las que me iba encontrando y luego combinarlas en
poemas. No sé dónde habrá quedado ese cuaderno de tapas amarillas pero
recuerdo, sí, algunos versos: “el corcel con su torva testa galopa hasta el
cenit” …o algo así. Luego llegó otra
gran profesora de literatura que me abrió mundos: Homero, Whitman, Borges, Cortázar,
Dante. Recuerdo sus comentarios, la manera en que nos dejaba balancearnos en
ciertas imágenes para que las degustáramos, para que nos quedáramos un poco ahí
con lo que sucedía en las páginas: aquellos Paolo y Francesa que ya no leyeron
más, el olor a sobaco en los poemas de Whitman, la sangre derramada que trae
sangre derramada de la tragedia griega. María Esther tenía una intensidad que
yo antes no le había sentido a nadie en la vida. Era portadora de una gran
verdad que sentía yo era sanadora. Y después, claro, llegó el libro de Idea
Vilariño.
Los primeros poemas, entonces, quedarán para siempre
en ese cuaderno a doble espacio de tapas amarillas. Luego vinieron otros
cuadernos. Y luego la computadora. Yo casi no mostraba lo que escribía. Me tuve
que ir de Uruguay para poder leerlos en voz alta alguna vez frente a un grupo.
Ahí fue cuando descubrí la alegría de compartir el poema en comunidad. Esa
escucha que es un ritual. Luego vinieron las primeras publicaciones en
revistas, incluso una entrevista radial, y en el 2008, junto con el nacimiento
de mi hijo, llegó la publicación de Cinco
movimientos del llanto en Montevideo, con la editorial Hermes Criollo. Fue entrañable ver ese libro en mis manos. El año
pasado, Charlotte Whittle -colega, escritora, traductora y amiga- me sorpendió
con la noticia de que había traducido la primera sección de ese libro al inglés
y que sería publicada por Carboardhouse
Press, una preciosa editorial bilingüe dirigida por Giancarlo Huapaya.
¿Tienes poemas favoritos de otros autores?
Poemas favoritos tengo muchos. Varios de Vallejo,
sobre todo el de Poemas Humanos (“Reanudo
mi día de conejo”, “Fue domingo en las claras orejas de mi burro”, “De todo
esto yo soy el único que parte”; también “A mi hermano Miguel” de Los heraldos negros y el poema III de Trilce. Otro gran poema es “En esta
noche, en este mundo” de Pizarnik y el poema “Epitaph: Evil” de Anne Carson por
mostrarme cómo en los poemas también pasan cosas. Los poemas como situaciones
de lenguaje. Quisiera compartir, sin embargo, los versos de un poema de la poeta
uruguaya, Idea Vilariño, porque es uno de esos que se quedarán conmigo para
siempre. Es el poema “Interminable, inconsolablemente”.
HABERSE muerto tanto y que la boca
quiera vivir un poco todavía
y que el cuerpo, los brazos y la boca
y que las noches cálidas, los días
ciegos, y el frío sin sexo de la
aurora…
Haberse muerto tanto y de tal modo
y sostener un nombre todavía
y una voz que se afirma y se alza en
números.
Haberse muerto tanto y que los lilas,
y las tintas azules y las rojas
y las hojas, las rosas y las lilas…
Pertenece a una escritura desnuda donde
se intenta que las palabras no sean excesivas. “Inútil decir más” dice Vilariño
en otro poema, como si hubiera un punto en que el lenguaje, si dice mucho no
dice nada. Hay en su escritura un vaivén entre la elocuencia del silencio y la
mudez del habla. La aparición de los puntos suspensivos ilustran un poco eso.
Hay, sobre todo, una tendencia hacia el sustantivo. Hay algunos adjetivos y
adverbios como “cálidas,” “ciegos,” “tanto”, “tantos” pero son pocos. Hay una
emergencia del poema que se va dando por la sumatoria de esos “y” anafóricos y
por esos sustantivos que se van desplegando como en un abanico “el cuerpo, los
brazos y la boca” y pronto esa enumeración va generando su propia urgencia. Tiene
el ritmo y la urgencia de quien se apura para decirlo todo antes de su último
aliento y en esa certeza de la muerte aparece el deseo como algo que puede,
incluso, resistir o sobreponerse a lo fatal. El deseo como algo tan fuerte que
hace que la boca se pronuncie para seguir viviendo “un poco todavía”. Y el
poema asume la forma de esa rebeldía porque mientras el poema nos “hable” la
boca seguirá viva. Y en ese umbral entre la vida y la muerte está el poema con
su boca deseante. Me impresiona ya desde ese primer verso encabalgado. La
elección del impersonal (“se”) y del infinito (“haber”) en vez de “yo me he
muerto” le da otra contundencia a esa enunciación sobre la muerte: expansiva,
atemporal, sostenida, colectiva, singular (la voz no vuelve de la muerte para
contárnosla sino que está en ella y la describe). La elección del “tanto”
modifica para el lector la misma visión de la muerte ¿cómo es morirse tanto?, ¿hay intensidades?, ¿puede uno
morirse tanto? Ese desfase o duda
entre lo que le sucede a uno, -de manera impersonal y acaso existencial como
especie- ,y esa boca particular del deseo que da su último coletazo es
maravilloso. El grado de condensación de esos dos primeros versos me fascina,
así como sus (des)aciertos gramaticales.
¿Cómo es un día de creación literaria para ti?
Están el día ideal y el día posible. En el día ideal
me levanto temprano, preparo el mate y tengo dos o tres horas para escribir.
Hay silencio, estoy cómoda en la silla y frente a mí tengo la pantalla de la
computadora con varias ventanas de “word” con poemas empezados. Entro y salgo
de ellos como si se tratara de pasillos por lo que uno transita y no permanece
demasiado. Esto me da una suerte de distancia que agradezco y la posibilidad de
que uno contamine positivamente al otro. “Estoy matando a dios en un poema”
digo en otro poema. Me gusta leer los poemas en voz alta incontables veces para
ir escuchando y quitando lo que por distintas razones no funciona. En el día
ideal, luego de ese ejercicio intenso de pasearme por los distintos poemas, doy
por concluido alguno. En el día posible, le robo una hora al trabajo, a los
niños, y me siento –con cierta urgencia- frente a la computadora. Abro ventanas
–no tantas como quisiera- a veces tan solo una, y leo los o el poema en voz
alta y agrego algún verso y sigo.
¿Cuándo sabes que un texto está listo para ser leído? ¿Cómo has madurado
como poeta?
Es difícil saber cuándo un texto está listo. De cierta
forma, creo que nunca está listo porque siempre se puede volver a él para
mejorarlo, para hacer que nos sorprenda más sutilmente, para que vaya contra la
inercia del lenguaje, para que nos asalte construyendo una voz propia que nos
exceda y nos sorprenda. Siempre hay más detrás del último verso. Me gusta esa
idea de Agamben de la imposibilidad de acabar el poema pues el último verso, de
alguna manera, queda añorando su encabalgamiento y, por eso, ese silencio que
es su borde tiene algo de deseo, de secreto, de posibilidad. Creo que, en mi
caso, un poema está listo cuando: 1) di con una imagen, situación de lenguaje,
que me satisface ya sea por alcanzar cierta contundencia dramática o porque
logra darle una vuelta al poema que de alguna manera lo reescribe 2) porque al leerlo
en voz alta intuyo que la voz ya no quiere seguir explorando o se encuentra al
borde 3) a veces, simplemente, ya no alcanza mayor intensidad y es mejor dejar
de desearlo.
¿Qué tanto hay del Uruguay en lo que escribes?
Del Uruguay lo que hay es la infancia, una palpitación
incesante de afectos, los olores apurados, los miedos, los deseos, los juegos,
los amigos, la identidad forjándose. Pero es, sobre todo, la geografía de la
pérdida. Sin embargo, no nombro al país en los poemas, pero me instalo en sus
pequeños cuartos, en sus playas, en sus fotografías.
¿En qué proyectos estás trabajando ahora?
Trabajo en tres proyectos en este momento: un libro que
estoy haciendo en colaboración con una artista visual brasilera en donde
establecemos un diálogo entre poemas que escribo incorporando frases de mis
hijos y collages de ella que, a la vez, los escuchan, interrogan y reescriben.
Ese proyecto lleva como título tentativo Cuando
la voz se va hunting. El título viene de una pregunta que mi hijo me hizo
cuando tenía cuatro años “¿Mami, por qué a veces la voz se va hunting?” Trabajo
también en otro libro en donde asumo un tono más irónico y, también, menos
lírico donde ensayo algunos monólogos y diversos diálogos entre Don Quijote y
Sancho Panza en los que estos personajes discuten temas como el lenguaje, el
amor, la metáfora, la maternidad, la verdad, el sexo, etc. Por ahora lleva como
título Quijotescamente hablando. El
otro proyecto es un libro de críticia literaria surgido de mi tesis de
doctorado en donde escribo sobre cinco poetas contemporáneos de Argentina,
Uruguay, Perú y Chile.
¡Gracias por esta maravillosa oportunidad de compartir
un poco de mis reflexiones, recuerdos y lecturas!
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