Entrevista a Margarita Saona por Xánath Caraza
Margarita Saona |
Margarita Saona estudió lingüística y literatura en la
Pontificia Universidad Católica del Perú y obtuvo el doctorado de literatura
latinoamericana en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Enseña en el
departamento de estudios hispánicos en la Universidad de Illinois en Chicago.
Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas, dos libros de
crítica, Novelas familiares: Figuraciones
de la nación en la novela latinoamericana contemporánea (Rosario,
2004) y Memory Matters in Transitional
Perú (Londres, 2014), (recientemente publicado en español con el
título Los medios de la memoria: recordar
la violencia en el Perú (Lima: 2017)) , dos libros de ficción
breve, Comehoras (Lima, 2008) y Objeto perdido (Lima, 2012) y
un poemario, Corazón de hojalata/Tin
Heart (Chicago, 2017)
¿Quién es Margarita Saona?
Soy profesora de literatura. Soy peruana. Soy
karateka. Soy alguien que lee y que intenta entender lo que lee y que también
escribe.
¿Quién o quiénes te acercan a la lectura?
Heredé el gusto por los libros. Mi padre, mi abuelo
materno, mis hermanos mayores, todos leían y acumulaban libros. De niña me
enfermaba con frecuencia y entonces pasaba mucho tiempo en casa leyendo y leía
todo lo que me encontraba: desde novelas de Julio Verne hasta libros de
medicina. Con el tiempo descubrí a los escritores peruanos y latinoamericanos
que dominaron la escena literaria durante el siglo veinte. Creo que siempre
tuve predilección por los cuentistas que echaban una nueva luz sobre la
experiencia cotidiana: Julio Ramón Ribeyro entre los peruanos y los
inescapables Borges y Cortázar entre los latinoamericanos.
¿Cómo comienza el quehacer literario para ti?
Siempre quise escribir. Debe haber sido el fetiche por
los libros. Recuerdo de muy pequeña dibujar pequeñas historias en hojas de
papel que engrapaba para ponerlas en formato de libro. En la secundaria escribí
unas novelitas de misterio que circulaba entre mis amigas. Pero realmente no
publiqué nada hasta bastante mayor. En la universidad dejé de escribir por un
tiempo y luego en la facultad de literatura participé en un taller de creación
que formamos entre amigos. Allí escribí algunos poemas que luego leí en
recitales. Recuerdo mi primer recital y mi desconcierto cuando al leer el
último verso de un poema el estruendo de los aplausos me despertó como de un
trance. Esa fue mi primera experiencia de “publicar” en el sentido de hacer
público algo que hasta entonces había sido muy privado: el impacto de que de
pronto a otros les pudieran importar mis palabras. Entonces publiqué algún
poema en una plaqueta de poetas mujeres y otra vez tuve un largo hiato en la
creación literaria, porque me metí de lleno en los estudios graduados y en la
crítica. Estuve muy concentrada en mi parte más analítica y por un tiempo toda
mi energía creadora estuvo centrada en ese aspecto. Pero al mudarme a Chicago y
empezar a trabajar como profesora e investigadora me di cuenta de que había
ciertas voces persistentes en mi cabeza que buscaban formas de expresión que no
cabían en las preocupaciones y el discurso analítico. Y así empezaron a surgir
los cuentos que luego recogí en Comehoras
y en Objeto perdido. Varios de esos
cuentos fueron publicados en revistas electrónicas como The Barcelona Review y Cyberayllu
y en revistas de Chicago, como Contratiempo.
Otra vez me sorprendió que algunos lectores me contactaran hablándome de cómo
les habían impactado mis cuentos o pidiéndome autorización para reproducirlos.
Con los dos libros de cuentos y luego con mi más reciente poemario la
experiencia ha sido similar: no escribo consistentemente y no escribo con un
proyecto. Los textitos van saliendo y de pronto me doy cuenta de que hay una
colección y que hay una unidad que la guía, que sin que yo lo haya planeado me
ido saliendo un libro, que el libro me ha ido creciendo dentro sin que yo me
percatara. A veces siento que mi escritura es como una planta descuidada que de
pronto, para sorpresa de todos, da fruto. Pero una vez que lo he visto, que me
he dado cuenta de que el libro existe como una unidad estética, he querido que
salga a la luz, que circule, que tenga una presencia en el mundo como objeto,
algo con peso, masa y volumen.
¿Tienes poemas favoritos de otros autores? ¿Pudieras compartir alguna
estrofa y compartir un poco de tu reflexión/atracción hacia ésta?
Uy, qué difícil escoger. Tengo autores favoritos y
poemas favoritos y versos que me resuenan como ecos con frecuencia... “Tyger, tyger
burning bright in the forest of the night”, o “Este que vez engaño
colorido...”. Pero si debo escoger algo breve, como una estrofa, se me ocurre que este
poemita de Luis Hernández Camarero tal vez comunique algo que está en muchos de
los poemas que más me atraen: la dificultad de decir:
De algo me hablas
Pero el estruendo
Del sol te oculta
Algo me dices
Pero el brillo
De tu corazón
Me impide
Ese es todo el poema y creo que dice algo que también
está en el tigre de William Blake y en el retrato de Sor Juana: hay una cierta
intensidad que no conseguimos transmitir. El impulso estético es el que nos
lleva a crear en un vano intento de atrapar esa intensidad. Es eso que nos
desborda lo que nos conduce a la creación aunque esa creación esté limitada,
impedida, incapaz de revelar eso que nos deslumbra.
¿Cómo es un día de creación literaria para ti?
Escribo de manera muy esporádica, cuando las palabras
me han estado persiguiendo durante días. Escribo, supongo, un poco en mi
cabeza, cuando una frase persistente se me impone. La frase me suena y resuena
durante varios días en la mente y puede ser muchas veces una frase muy simple,
pero insistente, por ejemplo, “Y si me muero...”. Y la frase sigue resonando hasta que me
siento a ponerla en un papel y cuando hago eso por lo general le siguen otras y
entonces sale el texto de un tirón. Le hago ajustes, reviso un poco, pero por
lo general es como si el texto se hubiera ya estado escribiendo mientras yo
manejaba o lavaba los platos o preparaba mi clase sobre la literatura de
Borges. Me encantaría pensar que escribo en mi escritorio, en condiciones siempre
propicias, pero al final escribo donde puedo y como puedo: en la mesa de la
cocina, en un marcador de libro que tenía al lado de la cama al despertarme o
en el programa de alguna conferencia a la que asisto. Y a veces, sí, también
escribo en mi escritorio.
¿Qué tanto hay de Perú en lo que escribes?
El Perú es parte de mí. Haber crecido en el Perú en un
tiempo determinado me ha hecho quien soy. Mientras en mis trabajos académicos
escribo sobre diversas manifestaciones culturales peruanas, el Perú no ha sido
necesariamente un tema de mi literatura. Pero eso no quiere decir que no esté
en mi escritura, como también están en mi escritura el haber sido estudiante en
Nueva York y el haber hecho de Chicago mi ciudad.
¿Qué consejos tienes para otros escritores que comienzan?
Lean mucho, lean siempre. Hagan del lenguaje la
herramienta más adecuada para lo que quieren expresar. Busquen un espacio que
acoja sus textos y les permita circular entre lectores que sepan recibir lo que
ustedes tienen que ofrecer.
¿Hay algo más que quisieras compartir?
Escribir es un medio y hay miles de maneras de
hacerlo. Aunque suene a cliché, lo importante es mantenernos fieles a lo que
nos lleva a escribir.
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