Balamkú: poesía desde
la selva
Por
Xánath Caraza
Leer
poesía en voz alta es intercambiar luz, ritmo, palabra e ideas con otros. En ocasiones somos afortunados por hacer
presentaciones frente a una audiencia, en otras ocasiones somos afortunados tan
sólo por leer poesía en lugares que son importantes para nosotros mismos.
Particularmente
tengo tendencia a leer poesía en lugares históricos o en zonas
arqueológicas. Hace dos años tuve el
privilegio de explorar algunas zonas arqueológicas de Campeche. Además de visitarlas, leí poesía en estos
sitios mayas en medio de la selva baja.
Me alegro de haber regresado un par de veces más a lo largo de estos dos
años y de haber leído, otra vez, poesía en cada lugar que visité. Disfruté
mucho de las zonas tropicales, el viento del atardecer que agradecía cada
noche, ya que las temperaturas en el estado de Campeche son muy altas.
Caminé
y leí poesía en Calakmul, Edzná, Hochob, Dzibilnocac y Tabasqueño. En un segundo viaje, mis pasos y mi poesía se
entrelazaron con la selva en Toh-Cok, Santa Rosa Xtampak, Balamkú, Chicanná, Xpuhil
y Becán. Mi último viaje, antes de
terminar mi nuevo poemario, fue una vez más en Balamkú y Calakmul.
Sean
estos recorridos una celebración a mis raíces, sean un encuentro con un mundo
del cual me queda mucho por aprender y validar, el hecho es que caminar tanto
en estos sitios arqueológicos como en la selva baja de Campeche es una
provocación fulminante a los sentidos, una invitación directa a escribir y a
leer poesía donde hace cientos, sino miles, de años quizá alguien más lo hizo
en el mismo lugar, o por lo menos, así lo quiero pensar. Les comparto un par de fotos de estos lugares
que yo considero sagrados.
La
zona arqueológica maya de Campeche es extensa.
Estos sitios, que he podido conocer brevemente, son algunos de los
tantos que existen y que ahora están abiertos al público. Algunos han sido abiertos hace tan solo un
par de décadas. Literalmente son tesoros
escondidos en la selva. Tal vez sea
mejor, para su preservación, que sigan así, un tanto aislados, y si los
visitamos, que sea con respeto y cuidado.
Lo cierto es que cada paso me llenó de orgullo, cada resto de pintura en
los muros me inspiró, cada sonido de la selva me hechizó. En muchos de estos sitios fui la única
visitante, lo cual me permitió absorber, a mi ritmo, el sol entre las frondas
de las ceibas, las ancestrales construcciones mayas, el aroma de las flores y
el canto de las aves mezclado con el llamado de uno que otro mono aullador.
En
cada uno de los tres viajes decidí llevar conmigo sólo uno de mis poemarios: Ocelocíhuatl, Donde la luz es violeta y Hudson
para cada ocasión. Leí poesía en la
cima de pirámides, en templos circulares, frente a frisos milenarios, entre las
fauces de las construcciones mayas o al lado de una piedra de sacrificios; lo
cierto es que estos poemarios y la gestación de uno nuevo acompañaron cada paso
que di. Mi audiencia fue la selva baja y
estos recónditos sitios arqueológicos mayas enterrados en su corazón.
Con
esta breve nota, con el aroma de la selva, aún fresca en mi memoria, y, por
supuesto, con mucha poesía comienzo este 2019.
Un año lleno de incertidumbre que me invita todavía más a la introspección
retrospectiva.
De
paso les comparto el nacimiento de Balamkú
concebido en estos tres viajes y de pronta publicación por Pandora Lobo
Estepario Productions Press de Chicago que dirige Miguel López Lemus. Balamkú
ha sido traducido al inglés por Sandra Kingery y prologado por la Doctora
Elizabeth Martínez. ¡Que la poesía nos salve!
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