Thursday, December 01, 2011

No soy el Google lésbico isleño



Por Luz María Umpierre 

En dos ocasiones en el pasado mes, un hombre y una mujer, ambos puertorriqueños, me han acusado de condescendiente porque les he hecho comentarios de apoyo. Cierto es que alabo obras de arte, fotografías de paisajes, y fotos tanto de hombres como de mujeres.


También se me ha acusado de patrocinio por escribir y recordar la obra olvidada de autores puertorriqueños, sobre todo de mujeres. Los/las que ahora me acusan de ello son jóvenes en su mayoría, pero no todos/todas. Lo curioso es que cuando esas personas tenían necesidad de mis artículos literarios para sus proyectos o escritos sobre sus obras, los mismos eran recibidos y requeridos sin epítetos.
Todo esto me ha hecho traer a la memoria varios puntos que hace algún tiempo quería tratar. Primeramente, en cuanto a mi supuesto “patrocinio” de personas ignoradas en la literatura isleña, la acusación me ha hecho recordar la historia de Alice Walker cuando trajo a la luz y el recuerdo del mundo la obra de Zora Neal Hurston y fue acusada de lo mismo. Aparentemente, en la sociedad americana y gringa de la cual Puerto Rico es parte, acéptelo o no, no existe en el vocabulario la palabra “solidaridad”. La solidaridad es la que hace que una persona crea en hacer justicia hacia la obra de otras(os), y despliegue una lucha constante por la inclusión.

Entre los puertorriqueños, presuntamente, exhibir sentimientos genuinos de admiración hacia los nuestros es tan inconcebible que se desvirtúa. Recuerdo, por ejemplo,  que hace muchos años asistí a una conferencia en Virginia en donde un poeta puertorriqueño y yo estábamos programados para dar ponencias. El poeta/crítico literario, abiertamente auto-denominado Gay, no me conocía en persona. 


Ese día, luego de él haber terminado su ponencia, y en público, hice un comentario apoyando su ponencia, luego de decirle quien yo era. Lo vi quedarse muy serio. Uno de los asistentes intervino en ese momento al percatarse de su gesto para aclarar lo que yo acababa de hacer: alabar, hacer un elogio, apoyar. El poeta/ponente me admitió luego que creía que yo lo atacaba cuando hacia lo opuesto porque era tan raro que eso se diera entre compatriotas. Hemos quedado, desde entonces, como amigos genuinos uno del otro. Eso hace ya más de 30 años.

Y caigo en otro tema que también se me había quedado al rescoldo. Hace tiempo que vengo pensando también en la ética lesbiana isleña. Me explico: que se sepa, en Puerto Rico hay una larga historia de relaciones literarias y no literarias entre mujeres. Como no viví en la isla por los pasados 36 años de forma consecutiva sino esporádica, no pertenecí a esa rueda de cambios e intercambios sino a través de mis artículos, investigaciones literarias y correspondencia.


Sin embargo, como no escondo que soy lesbiana, cuando hablo de alguna mujer isleña en particular en estos días, se me pregunta, ipso facto, si estoy desenmascarando (“outing”) a alguien o si yo tengo información privada sobre si ésta o aquella mujer es lesbiana o bisexual. Las preguntas me toman por sorpresa. Además, me producen cierta furia a nivel ético. No soy el Google lésbico isleño. Además, aún si tuviera esa información privada y personal, no la divulgaría.

Recientemente en Facebook, una joven se me acercó para indagar si una notable escritora isleña era lesbiana o si había tenido relaciones bisexuales. Todo ello por un comentario de apoyo que yo hiciera de una postura valiente que esa escritora asumió al hablar de la obra de un escritor gay. Quedé atónita. La joven se extrañó de que yo le dijera que no sabía y que si supiera, tampoco iba a hablarle de ello.
Hace tiempo aprendí que si las mujeres lesbianas no tenemos una postura coherente, clara y unida en cuanto a posturas claves de ética, abrimos paso a que otras mujeres con perspectivas menos congeniales y patriarcales llenen el vacío con sus asunciones erróneas, y a que los hombres (especialmente los nuestros en el mundo gay) usen ese “hueco” con propósitos utilitarios oportunistas. Francamente, no me importa para nada la sexualidad personal de las escritoras en la isla cuando me ocupo de estudiar sus obras. Más me interesan sus posturas públicas literarias, políticas y feministas.


En el 2011, posteé en mi página de Facebook un artículo en torno a una charla que diera una escritora. Alabé su presentación  por tocar el tema escabroso del abuso sexual de los niños/niñas en la isla.  De inmediato, recibí una comunicación preguntándome si yo estaba sacando del armario (closet) a esa escritora al alabarla públicamente aunque en ningún momento hablé sobre la sexualidad sino sobre el abuso sexual. Ese abuso tiene la desgracia de ser uno de los más altos en el mundo y de ahí que alabara a mi compatriota.  Su orientación sexual no era mi tema en aquel entonces ni ahora; no me interesa. Su postura política/social, al develar el abuso sexual en la isla hacia las niñas/ los niños,  era la razón de mi apoyo solidario. 

Propongo que esa fijación constante con las sacaduras de armario ("closet") y el interés en ese chisme es homofobia. Lo triste es que esa homofobia venga de personas de nuestra misma comunidad, ante el miedo de que se abra una caja de Pandora gigantesca si “otra” sale o es sacada del armario (closet).
Sí, entiendo perfectamente que no hay que develar lo que se es y no se es en una sociedad opresiva; viví en la isla y como dicen los gringos: “Been there, done that.” Pero esconder lo ya develado sobre la identidad es la negación de sí mismo(a) y supone la mutilación propia y la supresión del ser que, repito, son síntomas de la homofobia aunque la persona se cante lo que se cante.


Una mujer que no vive en la isla me escribió hace poco a propósito de la publicación de mi libro/antología “I’m Still Standing: 30 años de poesía”. Le halagó que mi definición de “lesbiana” fuese inclusiva y no divisiva, y se sintió agradecida por ello. En mi escrito dije, hace muchos años, que para ser lesbiana, una mujer no necesita tocar a otra mujer sino creer que el valor de la mujer hay que destacarlo y hacerle justicia. En ese mismo escrito llegue a argüir, cosa que llamó la atención en un periódico en Syracuse, New York, que Hillary Clinton era, según mi definición, lesbiana porque había dedicado su carrera profesional a defender los derechos de las mujeres.

No todas las mujeres isleñas que yo apoyo o respaldo son lesbianas, pero en mi propia definición del lesbianismo, toda mujer que se dedica a ver los asuntos que afectan a las mujeres como causa primaria en su labor, es lesbiana. El pánico isleño sobre quién sabe y quién no sabe, y el comportamiento patriarcal y machista que algunas mujeres abiertamente lesbianas exhiben en sus relaciones con otras mujeres, hacen que se cuestione la bondad, la solidaridad, la expresión sentida y genuina. Porque en una isla en que la gente tiene cosas que esconder, todo se teme.

De hecho, hay escritoras isleñas que se definen abiertamente como lesbianas, pero que se niegan a usar en sus clases o a citar escritos feministas o teóricos femeninos porque creen que se verían débiles al usarlos: se verían “lesbianas”. La heterosexualidad compulsiva vive en la isla aun dentro del lesbianismo. Y el machismo, la actitud de silenciar toda querencia entre mujeres y mutua valorización entre nosotras, vive en el mismo centro del lesbianismo isleño.

Ante la actitud de querer “pasar” se niega la identidad propia y se esconde lo ya develado. Algunas niegan hasta sus propias posturas amorosas/sexuales expuestas en términos gráficos y audaces en sus escritos para asumir posturas verdaderamente dominantes y abusivas hacia otras mujeres en público y, con ello, hacerse cómplices del patriarcado y la heterosexualidad. O lo hacen para jugar un complicado juego de tape y destape el cual, a la larga, es prejudicial hacia todas y, de mayor importancia, hacia ellas mismas.
Esos dolorosos juegos, en mi estima, son primordialmente inhumanos. Y hace muchos años que, más que venir defendiendo mi auto-denominación como lesbiana, o mi etnicidad puertorriqueña o mi género femenino, vengo insistiendo con una firmeza absoluta en que soy un ser humano - de ahí nacen todos mis derechos y mis obligaciones.


La lectura es un acto privado. El tema sobre si la literatura exhibe el género del autor o la autora ha estado flotando desde hace más de 30 años. Lo que creo es que, en términos de ética, no se puede ser lesbiana en la escritura y falo/logocéntrica (hetero-normativa) en el trato con otras mujeres, sean lesbianas o no. Por otra parte, basta ya de miedos irracionales y de chismes sexuales. Todos somos seres humanos.
Por mi parte, continuaré alabando la labor de las mujeres y los hombres en la isla, sean de la preferencia sexual que sean, del color que sean, de la estatura que sean, bonitos o feos, aunque se me desvirtúe por dar apoyo y ser solidaria. Mi vida no es paradigma de nada, sino un auténtico compromiso.

 Notas:
*"Carta abierta a la comunidad LGBT puertorriqueña", un artículo publicado en La acera en 2010, inicia la trayectoria que continúa este artículo.
Nota de lxs editorxs:
*Todas las imágenes pertenecen a Brigada Creativa y a una serie del proyecto 250gr, el cual consiste en la creación de una colección de diseños para apoyar a diferentes causas de importancia. Su sitio web está lleno de artículos diversos como impresiones, ilustraciones y camisetas, las cuales están a la venta en su tienda online. Como ellos mismos lo describen, el diseño en su sitio web es “conceptual, sintético y directo”, lo cual les permite crear un mensaje sencillo de entender en cualquier parte del mundo. 250gr es el modo en el cual Brigada Creativa (de quienes fue idea) intenta colaborar con causas sociales y ecológicas mediante el diseño. Además, hacen una donación por artículo vendido a una ONG o asociación relacionada con esa causa. 250 gramos es aproximadamente el peso de un corazón humano, de ahí el nombre de este proyecto.

[De CRUCE: crítica socio cultural contemporánea]

Luz María Umpierre (Luzma Umpierre) es poeta, educadora y defensora de los derechos humanos. Nació en Santurce, Puerto Rico, y vivió todos sus años formativos en la isla en donde residió hasta los 26 años y, más tarde, por temporadas extensas hasta 1987. Es autora de libros de crítica, poemas y docenas de artículos de crítica literaria publicados en Puerto Rico, Estados Unidos y en Europa.

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